Sobre la provocación en el cine perturbadora
El tema sobre el que me gustaría opinar hoy es un debate que suele levantar bastante polémica, y es sobre la provocación en el comúnmente llamado cine perturbador. Aunque sí que es cierto que la provocación no se limita simplemente a este género, sí que es verdad que suele ser donde más abunda. También quiero clarificar que no voy a dirigir mi crítica a las películas perturbadoras, sino a los métodos y recursos que se utilizan a veces para provocar al espectador. Por último también me gustaría opinar sobre los límites que deberían existir a la hora de atentar contra la moralidad (o la ética) del espectador.
Antes que nada, empecemos dando una definición de cine perturbador. Según el diccionario de la Real Academia Española, perturbar significa “inmutar, trastornar el orden y concierto, o la quietud y el sosiego de algo o de alguien”. Es decir, a diferencia del cine de terror, que busca mostrarnos cómo podemos ver nuestros miedos representados en situaciones ficticias y transmitir ciertas sensaciones, el perturbador busca ir más allá de lo convencional, pasar los límites del orden y concierto, para dejar una marca en nosotros que nos quite el sosiego (al menos durante un tiempo).
Hasta aquí, nada que debatir. Me parece totalmente lícito que haya películas que pretendan transmitir ideas que choquen y generen debate, que nos hagan experimentar sensaciones de las que no éramos conscientes, que nos dejen pensando y replanteándonos lo que acabamos de experimentar durante el trascurso de la película. Lo que sí que voy a criticar es el cómo se intenta conseguir esta provocación en el espectador, sobre qué medios se utilizan.
Yo soy de los que defienden que el cine es forma y argumento (acción). Que un argumento sin cuidar su puesta en forma no es cine, y tampoco lo es una puesta en escena que descuida el argumento o no tiene una idea o intención que transmitir y aportar. Y por supuesto tiene que haber una unidad entre las dos, contribuir al sentido captado por el director. Y cuando se falta a este principio, es cuando se pierde el sentido de lo que es cine y el largometraje deja de ser arte. Por eso, y aquí viene mi primera crítica, estoy totalmente en contra de las películas que pretenden perturbar mostrando un elemento que agrede directamente contra la moral del espectador de forma gratuita y sin justificación. En este primer punto no voy a centrarme en si se deben mostrar imágenes inmorales en la gran pantalla o no, sino en el hecho de mostrarlas sin que haya un discurso que las sostenga, simplemente por el hecho de buscar la provocación. Ante cualquier visionado de una película, el espectador activo se posiciona ante lo que está viendo, y puede decidir si entrar o no ante lo que le propone y muestra el director. Y a mí personalmente, el hecho de que me muestren una imagen cuya intención es provocar por provocar, y que no se sostiene ni a nivel argumental ni a nivel de narrativa escénica con lo mostrado anteriormente, me saca completamente de la película. Es más, me anula todo lo anterior y pierde su sentido. Y por lo tanto, me ha hecho perder el tiempo, ya que una película sin propósito y sin impacto positivo (positivo en el sentido de transmitir, aportar) no es cine y por lo tanto es una pérdida de tiempo para el espectador y recursos para el mundo.
Como solución a este punto, creo que una escena así tiene que ir sostenida por un discurso emocional e intelectual consistente. Porque mostrarte una idea en una película y meterte de repente algo que no tiene nada que ver, por el simple hecho de provocar, claro que impacta, pero está totalmente fuera de lugar. Voy a mencionar tres ejemplos de películas que buscan perturbar y provocar, pero con todo el bloque cinematográfico, donde la idea acompaña a todo el argumento y no solo a algunas secuencias gráficas (aquí no voy a entrar en si las escenas mostradas pasan los límites o no, sino recalcar la coherencia y cohesión con la idea que transmiten). La primera es Canino (Κυνόδοντας), de Yorgos Lanthimos. Esta película no solo es una metáfora del mito de la caverna de Platón, sino que busca provocar al espectador para que se replantee temas como la educación, el anhelo de protegernos del mal exterior y proteccionismo de algunos padres a sus hijos, la naturaleza de las personas… Y sí que es cierto que en alguna escena peca de ser demasiado gráfica y explícita, pero todo lo que nos muestra el director sigue una coherencia argumental para transmitir una misma idea. El segundo ejemplo es mártires (martyrs) de Pascal Laugier. Esta película muestra una gran cantidad de dolor, gore y torturas, buscando a la vez realizar una crítica al sentido de los martirios por motivo religioso (aquí tengo que mencionar que el director para realizar una crítica consistente tendría que haber ahondado más en el significado de mártir, testigo, en el contexto religioso, ya que estos no son testigos por el simple hecho de haber presenciado el dolor o la muerte, sino por dotar de significado y fe a los que presencian su muerte) y al sufrimiento extremo. Esta película, aunque se estructura en tres partes diferenciadas, las tres contribuyen al mismo fin, condensado sobre todo en el tercer tercio. Este último tramo es especialmente fuerte y perturbador, pero es como una especie de clímax para una película que trata precisamente de eso. No está cambiando de ideas, sino que te conduce progresivamente hacia unos niveles muy elevados de perturbación siguiendo siempre el mismo camino ascendente. Por último, por mencionar una película reciente, Men, película del 2022 dirigida por Alex Garland, también nos proporciona una secuencia final con elementos bastante chocantes y visualmente fuerte. En cambio, viene cargada de un simbolismo muy fuerte y creciente a lo largo de la película (yo sigo defendiendo que la temática principal de Men es la superación del trauma y la culpa por la muerte de un ser querido, a pesar de que muchos digan que es una crítica contra la masculinidad tóxica y el machismo de la sociedad).
Por último, antes de pasar al siguiente punto, me gustaría hacer una reflexión sobre qué sentido tiene utilizar una escena cuyo único objetivo es la provocación por provocación. Y sinceramente creo que esta es una actitud, por decirlo de forma suave, un poco infantil. El provocar por llamar la atención, me recuerda al niño que se hace una herida y va a enseñársela a otro que le da miedo la sangre para provocarle o ver si se marea. O el niño que dice palabrotas para que sus padres le escuchen o se centren en él y le castiguen. Son acciones que no tienen ninguna finalidad en sí misma más que la provocación. No quieren transmitir nada, ni siquiera hacerte pensar, solo molestar y removerte por dentro. Pero cuando un director nos castiga con una escena provocadora de forma gratuita, por el simple hecho de que se hable de su película o porque le gusta ver a la gente molesta por lo que han visto, yo sinceramente pienso que esa escena sobraba. Es más, la mayoría seríamos más felices si no la hubiéramos visto, y quizás recordaríamos la película con otros ojos. Y por no hablar de las "películas" que consisten en un seguido de escenas, con un mínimo de guion que las conecta, pero que importa bien poco, que están formadas por una secuencia provocadora detrás de otra. Sin más fin que el hacer un largometraje más perturbador que el resto, que la gente no sea capaz de aguantarlo, que remuevan por dentro a todo el que se atreva a verlo… Me refiero a "películas" como A Serbian Film o Melancholie Der Engel (películas que por supuesto no tengo la más mínima intención de ver). ¿Qué sentido tiene mostrar algo así? Yo no discuto que haya gente que quiera poner a prueba sus límites de cuánto es capaz de ver y cuando vea una escena provocadora se sienta súper fuerte, pero por favor, no llaméis a esto cine. Igual que la pornografía no lo es ni será nunca cine (por mucho que haya gente que la llame “cine” para adultos), básicamente y dejando a un lado cuestiones morales, porque su intención no es transmitir unas ideas y reflejar algo más elevado que el director nos quiere dejar entrever, sino que pretende mostrar imágenes visualmente fuertes para provocar una reacción (la excitación) en el cuerpo y mente del consumidor (me niego a utilizar el término espectador en este caso). Sin importar el argumento, solo la imagen. Y sin tener en cuenta que esa imagen va a parar a una persona, que no son solo unos ojos que ven, sino también un corazón que siente y que todo lo que ve le deja una huella. Y lo mismo hacen estas "películas" provocadoras que tanta polémica levantan: un seguido de escenas, que solo buscan generar sensaciones desagradables y repulsivas en quien las visualiza.
Bueno, pasamos al segundo punto y espero no extenderme tanto como en el primero. Dado por supuesto que un director quiere mostrar una escena provocadora porque va en la línea del pensamiento argumental de la película, creo que es necesario que el director de una vía de escape al espectador. O al menos un aviso previo, por si alguien no tenía pensado ver algo así o cree que le puede impactar demasiado, o simplemente le interesa esa película, pero no quiere pasar ciertos límites. Y esto se puede hacer de diferentes maneras. Es muy común en el subgénero de terror llamado slasher, que la primera escena que te presenta la película es la llamada “muerte de ejemplo”. Esto, aunque el slasher por lo general no tiene por qué ser perturbador, tiene diferentes funciones, una de las cuales es avisar al espectador de la línea que va a seguir la película. Por si alguien se había equivocado de sala, que se dé cuenta desde el principio. Pues creo que no está de más advertir al espectador durante la primera media hora de película sobre qué es lo que se va a encontrar, y más si esto es algo que le puede molestar.
Pero el advertir no es la única vía de escape y creo que hay formas mucho más poéticas de conseguir que el espectador pueda distanciarse, si quiere, de las imágenes que está viendo, pero sin salir de la película. Y con esto me refiero a presentar este tipo de escenas de forma sutil, ingeniosa, ya que la intención no es generar malestar, sino transmitir algo más. Y formas de hacer esto son por ejemplo lo que suele hacer Quentin Tarantino en sus películas, que cuando te muestra una escena violenta lo hace de forma exagerada, estilizada, con sangre más roja de lo habitual, que a veces puede resultar incluso cómica, para que el espectador sienta que está viendo una película y que es ficción, y pueda distanciarse, para disfrutar la escena sin remordimientos de ser una persona sádica. Aunque hablando de medios perspicaces para que el espectador sea consciente de que lo que está viendo es una película, la mejor forma es el metacine. Pensad por ejemplo en Funny Games de Michael Haneke. Es impresionante como el director, con el simple hecho de romper la 4ª pared en tres o cuatro ocasiones (cuando el protagonista guiña el ojo a la cámara, al hacer preguntas al espectador, y sobre todo, cuando rebobina la película para cambiar lo que ha pasado), consigue que el espectador sea consciente de que está viendo cine. Y es que este ejemplo me parece asombroso, porque realmente Funny Games es una película muy perturbadora, con un bloque de terror psicológico muy sólido, y a la vez, muy violenta y provocadora para el espectador. Sin embargo, con el simple hecho de dirigirse directamente al espectador, consigue hacer una crítica eficaz a la violencia sin caer en la hipocresía de mostrar violencia porque sí. Muestra violencia porque es ficción, y así la crítica la dirige directamente al espectador que ve este tipo de películas. Muy sutil y a la vez muy efectivo. Porque pensad por un momento: ¿se puede hacer una crítica a la violencia con una película violenta? ¿O eso no generará más bien que los amantes de la violencia adoren tu película y la gente sensible la rechace? ¿No sería hipocresía el hecho de mostrar algo diciendo “esto es lo que no hay que hacer”? Y entonces es cuando Haneke entra y te da un giro, dirigiéndote la crítica precisamente a ti, que como espectador, estás viendo su película.
Si recogemos las tres películas expuestas en el primer punto, vemos que tanto mártires como canino no dan demasiada vía de escape al espectador. Sí que es cierto que avanzan progresivamente, pero a la vez tienen demasiado realismo. En el caso de the killing of a sacred deer, película también de Yorgos Lanthimos, sí que nos avisa de las intenciones de la película, cuando abre con un plano detalle de un corazón palpitando y mediante un zoom out nos muestra un poco más del quirófano donde está sucediendo la operación. En cambio, canino creo que va demasiado al grano desde el principio. En el caso de Men, sucede todo lo contrario. Cuanto más fuerte se vuelve la película, y más extremo el terror, más surrealistas se vuelven los sucesos. Y esto, aunque seguramente provocará que un espectador superficial no sea capaz de subirse al tren y desconecte y se pierda durante el tercer acto, tiene la ventaja de que si decides dejarte llevar por la película, puedes fascinarte por la lluvia de imágenes perturbadoras que te presenta, sin perder la admiración por la estética cinematográfica con la que están construidas y el simbolismo que cargan, y a la vez sin dejar una huella negativa y molesta en el espectador. Y es que esta es una de las ventajas con las que juega el cine de terror y fantástico, que tiene la capacidad de desligarse de la lógica realista en cualquier momento y así mostrarte imágenes que en un contexto realista te trastocarían profundamente.
Por último, antes de pasar al tercer nivel de argumentación, hay que destacar que el cine de animación siempre ha sido el mejor recurso para mostrar escenas o sucesos fuertes sin provocar la sensibilidad del espectador. Incluso hay películas pensadas para niños, que por su argumento, si la forma de presentarlas no fuera animada y adornada, serían guiones profundamente inquietantes. En cambio, cuando vemos una película de animación, por muy realista que sea y por mucho que empaticemos con los personajes, el cerebro es consciente de que es ficción.
Vamos con el tercer y último punto. Este quizás sea el más polémico, y si hay gente que no es capaz de aceptarlo, que al menos se quede con los dos anteriores. Pero creo que el hecho de aceptarlo es lo que diferencia a un maestro del cine de un gran director. Y aquí mi proposición es la siguiente: el cine tiene que ir regido por unos límites, y estos límites los marca la moral. No me voy a poner aquí a discutir sobre que es la moral o que pasa si las éticas de diferentes personas no coinciden. Porque creo que si nos paramos todos a reflexionar profundamente, somos capaces de sacar puntos comunes presentes en la moral de cualquier persona. Y en este punto caen tanto Canino, como Men y Mártires. Porque usan como recurso para aumentar la fuerza perturbadora de la imagen el agredir contra ciertos principios morales. Y ojo, no estoy diciendo que el cine no deba abordar temas inmorales o transmitir ideas en esa línea, lo que estoy diciendo es que no debe mostrarlos como imagen, porque entonces estás atacando directamente al espectador. Claro, algunos dirán que esto complica las cosas y que limita el poder del cine y de la imagen, pero sinceramente creo que un director que domina el arte del cine, tiene recursos suficientes como para transmitir una idea de forma mucho mejor que simplemente mostrártela directamente por pantalla.
Voy a poner dos ejemplos para que se entienda. Y antes de que me llaméis hipócrita, no voy a defender que estas dos películas sean buenos ejemplos de películas que respeten la moralidad, porque a pesar de ser grandes películas, cometene algunos errores. Lo que voy a defender es que en un momento de la película saben utilizar recursos cinematográficos muy bien empleados y que consiguen transmitir muchísimo más que emplear imágenes que nos muestren las ideas de forma explícita. La primera película es Magical Girl, de Carlos Vermut. Me parece que esta obra es un perfecto ejemplo de cómo utilizar la elipsis en el cine, y de que no solo se transmiten ideas y sensaciones con lo que se muestra por pantalla, sino también con lo que no se muestra. Magical Girl lo que hace es no mostrarte la escena más fuerte y violenta (a todos los niveles, tanto físicos como psicológicos) de la película. Te muestra el momento de antes, y sus consecuencias posteriores. Dejando que el espectador rellene con su imaginación esa elipsis temporal. Y precisamente así, lo que consigue Carlos Vermut tiene muchísima más fuerza que si te lo hubiese mostrado por pantalla. Porque si lo muestras, el espectador de manera consciente o inconsciente se posiciona. A algunos les sacaría de la película, a otros les molestaría o incluso les podría dejar alguna secuela a nivel psicológico, otros quizás pedirían más… Pero si no lo muestras, el espectador se imagina lo peor. Ve las consecuencias terribles y el cerebro lo rellena con sus miedos y preocupaciones más profundas. Y eso es mucho más poderoso que cualquier imagen. Porque la imagen viene de fuera y entra en la persona a través del filtro de los sentidos. En cambio, en este caso el pensamiento viene de dentro, el director ha conseguido generar una idea en ti que se va desarrollando y cogiendo fuerza. Pero claro, esto no es nada fácil (sino pregúntaselo a los personajes de Inception, bueno, bromas aparte). Y precisamente con eso me refiero a que se puede perturbar al espectador, de forma mucho más intensa, sin la necesidad de pisotear su moral.
El segundo ejemplo es la película Clímax, de Gaspar Noé. He dudado sobre si poner este ejemplo, porque el director tiene un largo historial de polémicas a raíz de las imágenes que muestra en sus películas, precisamente por sus ataques a la moralidad del espectador. Aún así, parece ser que a partir de Clímax ha habido un cambio en su forma de hacer cine, y yo albergo la esperanza de que esto se debe a un cambio en su forma de pensar y por fin ha rectificado. Lo que consiguió transmitirme una de las secuencias finales de Clímax, es algo verdaderamente extraordinario y a la vez provocador. Después de más de una hora de bailes armoniosos rodados en plano secuencia que degeneran en un viaje psicodélico de luces, sombras, música y ritmo, cada vez más alocado e hipnotizante, llega un momento hacia el final de la película donde Gaspar Noé le da un giro de 180º a la cámara, haciendo que veas la imagen boca abajo. Y precisamente este es el “clímax” de la película, porque todas las experiencias anteriores se subliman generando una incomodidad profundamente hipnótica que no deja indiferente a nadie. Y por si fuera poco, Noé alarga esta escena más de lo que al espectador le gustaría. Yo cuando terminé de verla, pensé que a esa escena le sobraba el último minuto. Porque lo había pasado realmente mal, por la incomodidad y provocación que estaba generando en mí. Pero después de pensarlo, creo que es eso precisamente lo que pretendía el director. La propia película es la droga alucinógena que consumen los propios personajes: primero todo parece animado y armonioso, luego empieza a hacer cada vez más efecto en el espectador atrapándolo y elevándolo cada vez más en una montaña rusa de delirio y sensaciones, hasta que en el momento que menos te lo esperas te da la vuelta a todo hasta el punto de provocarte una intensa incomodidad que te aturde. Y eso utilizando los medios propios del lenguaje cinematográfico: un giro de cámara, la música y luces y colores parpadeantes, el plano secuencia…
Pues creo que estos dos ejemplos argumentan bastante bien que el hecho de aceptar unos límites morales, no limita al cineasta, sino que le hace explotar más aún sus recursos cinematográficos, consiguiendo transmitir algo que nunca hubiese imaginado si se hubiera decidido a ir por la vía fácil de mostrar una imagen inmoral. Y vuelvo a repetir, no me estoy refiriendo a que no se puedan mostrar ideas inmorales (por ejemplo, matar es inmoral, pero en el cine no ves a nadie muriendo de verdad, y por eso presentar una muerte ficticia por pantalla no tiene por qué ser inmoral), me estoy refiriendo a que no se deben mostrar imágenes o escenas que el hecho de verlas, para el espectador sea algo inmoral.
Llegados a este punto sobra decir que si lo que se muestra por pantalla es real, no solo estamos hablando de que es algo inmoral, sino que también deja de ser cine, y deja de ser una película. Por eso una recopilación de videos perturbadores reales no es cine (llámale documental o lo que quieras, pero no cine y mucho menos arte). Y creo que también es algo para replantearse si es necesario quemar un bosque de verdad, o matar a un animal de verdad, porque queda más realista por pantalla que ponerlo por CGI, cuando también son seres vivos y en estos casos es totalmente innecesario atentar contra su vida.
Para concluir, me gustaría resumir las tres ideas expresadas anteriormente. Este artículo partía como una crítica a los métodos que a veces utiliza el cine perturbador para provocar al espectador. Y se han dividido los argumentos en tres niveles, cada cual más exigente y profundo que el anterior. El primero es a nivel argumental, de guion e ideas a transmitir: la provocación tiene que ir sostenida por un discurso constante y coherente con el resto de la película, y con la finalidad de transmitir la misma idea, y por tanto no se debe provocar por el simple hecho de provocar. El segundo nivel es el de las intenciones: como el cine (y el arte en general) está pensado para el bien de la humanidad, si creemos que algo puede afectar negativamente al espectador, tenemos que dejarle una vía de escape, para que este sea consciente que lo que está viendo es cine y pueda decidir si acogerse o no a lo que está viendo. El tercer y último nivel es el de la moral: el cine no debe mostrar nada que atente directamente contra la moral del espectador, sino que debe usar sus propios recursos para transmitir la misma idea o provocación sin atacarle moralmente. Decía Schiller que el arte es capaz de generar una sociedad moralmente perfecta a través de la práctica de la sensibilidad del hombre hacia la belleza. Con esto finalizo esta exposición de ideas, y recordad, el cine es arte en la medida que consigue transmitir la Belleza.
Daniel
20/01/2023
Películas mencionadas






