Crítica Sirat: sentir el cine para redimir nuestra vida
Hace poco menos de un mes que la película Sirat del gallego Óliver Laxe recibió el Premio del Jurado en el Festival de Cannes de este año. Y gracias a Dios ha llegado bastante rápido a nuestros cines tras su paso por el festival. He salido de ver la película completamente impactado, más conmocionado que emocionado, casi en shock. Mi lado sensitivo vibraba con lo que acababa de suceder en ese prodigio al que llamamos sala de cine, mientras mi lado cognitivo trataba de poner orden y analizar de forma racional por qué me sentía así. El visionado de Sirat es toda una experiencia en sí misma. He sentido cosas que no había sentido nunca delante de una pantalla de cine. Laxe lo apuesta todo en favor de la sensorialidad audiovisual. La imagen como fuente lírica y el sonido como atmósfera de trance, generan una fuerza emocional en cada plano ciertamente alucinante. Puede que estemos ante el mejor discípulo de Tarkovsky en el cine actual.
Pero no os confundáis. Aunque muchas críticas le pongan calificativos como “cine de autor”, precisamente por la gran personalidad y sensibilidad que tiene Laxe a la hora de generar imágenes con fuerza propia, la película es muy accesible para todo el mundo (siempre que sea capaz de aguantar escenas fuertes). No hace falta ser un experto para entender y conectar con una verdadera obra de arte.
Voy a intentar materializar algunos argumentos que justifiquen la magia de Sirat. Para empezar, tengo que advertir que, contra menos sepáis de la película antes de verla, mejor. Y después de verla, la mejor fuente a la que podéis acudir son las entrevistas que ha ido concediendo el propio Óliver Laxe en las últimas semanas, porque tiene una visión del cine y del arte muy interesante y enriquecedora. Y tras este disclaimer, vayamos ahora con mis pensamientos y emociones. La mayor fuerza del cine de Laxe es la lírica de sus imágenes. En Sirat, las imágenes respiran por sí solas. Nos hablan, nos transmiten, nos hacen sentir… A veces desde la materialidad hostil del desierto, a veces desde la espiritualidad envolvente de sus signos y ritos. Su propia poética interna admite diversas lecturas de los elementos que se nos muestran, de esa realidad que aquí se nos abre para que habitemos en ella. Sorprende la religiosidad con la que Laxe nos muestra la cultura rave, a veces desde el simbolismo como la cruz en un altavoz, a veces desde el paralelismo enseñando el movimiento de los musulmanes en adoración alrededor de la Kaaba. Los raveros tienen su propia Meca, su monolito de 2001 que con sus sonidos los transforma y sumerge en una danza que les hace transcender de la realidad: el altavoz. Las imágenes muestran también la belleza de todo ese mundo hostil donde todo es arena y polvo, acantilados y calor, viento y tormentas, sol y luna. Y es la propia naturaleza la que a veces pone las cosas en su sitio y permite que la obra se haga a sí misma.
Pero lo que realmente eleva las imágenes a otro nivel es el uso del sonido. Tanto en el sentido místico como para generar el impacto que tienen los grandes momentos sorpresa de la película. Porque la película realmente despega en su segunda mitad, por medio del impacto imprevisto, de la fuerza y la crueldad de sus giros. No puedo explicar nada de esta segunda parte, y es de agradecer que el primer tráiler que salió de la película tampoco lo cuente. Porque por mucha imaginación que tengas, no te lo esperas. El primer gran giro aún lo puedes ver venir por el guion, pero el siguiente lo revienta todo. Y es precisamente en esta segunda hora de película cuando realmente podemos conectar con los personajes, por medio de sus sufrimientos. Y la ansiedad y tensión que se construye en los últimos 30 minutos es extraordinaria. Se me han hecho eternos, tanto en el sentido temporal como trascendental. Precisamente por la imprevisibilidad, Laxe consigue que el espectador se vea obligado a abandonarse y dejarse llevar por la corriente de la película, ya abierto a que pueda pasar cualquier cosa. Cuando abandonas la razón, lo sensorial te inunda por completo. Pero Óliver Laxe nos niega también el resultado de los momentos más fuertes. No vemos imágenes desagradables ni explícitas, no vemos sus consecuencias materiales de cerca. Nos quedamos con el contraplano de los personajes que lo presencian, en estado de shock, como y con ellos, tratando de asimilar lo que nos ha sucedido y sin que una imagen directa nos devuelva los pies a tierra.
Laxe nos niega también la historia de cada personaje, interpretados todos muy bien por actores no profesionales (menos en el caso del padre, Sergi López). No sabemos nada ni del padre, ni de su hijo, ni de los raveros. Pero lo que es sorprendente es cómo llegamos a empatizar con cada uno de ellos, sentir sus sufrimientos, conmocionarnos con los golpes que les da la vida… Incluso con los raveros, que inicialmente parece que van a su bola y viven en su evasión continua individualista de la realidad, y con los que a mí de entrada me costaría conectar e identificarme, aquí sientes su cercanía como personas. El mirar a la cara al dolor de personas concretas, entender por lo que han pasado, nos hace ver el rostro humano detrás de cada careta de prejuicios, etiquetas e insensibilidad que les colgamos. De ahí la fuerza también de uno de los mensajes finales de la película. Todas esas personas con la mirada perdida en el horizonte, aceptando que la vida (o el ser humano) les ha sacudido cruelmente hasta dejarles si nada, son personas como tú y como yo. Nosotros solo conocemos a los que nos ha mostrado la película, a los que hemos acompañado en ese descenso al infierno, pero cada una de esas personas tiene su historia, sus sufrimientos, y merece un mensaje de esperanza. ¿Y qué estamos haciendo nosotros para aliviar el dolor que tantas personas están sufriendo en este mundo?
Una mirada superficial sobre Sirat podría hacernos creer que Laxe castiga a sus personajes de forma innecesaria, y que busca más abrir heridas que cerrarlas. No creo que sea así. Es más un proceso de sanación. La experiencia de la muerte nos ayuda a dialogar con la vida, incluso nos puede abrir a la trascendencia, esa dimensión tan olvidada en un mundo materialista. Sirat en árabe significa camino, sendero, también en el contexto musulmán se refiere al puente que se debe cruzar el día de juicio final. La película nos muestra ese sirat que tienen que atravesar los personajes, con curvas, con acantilados, con esas dificultades y tragedias que aparecen de forma imprevista y sin avisar, pero que desencadenan en algo nuevo, nos cambian y hacen que no volvamos a ser los mismos. En una sociedad tanatofóbica (este término se lo escuché a Óliver en una entrevista y creo que es muy apropiado), esa mirada tan directa sobre la nuestra fragilidad y la muerte, no puede dejar indiferente a nadie. De hecho, hay mucha espiritualidad y profundidad en Sirat. La aventura física desemboca en una mirada hacia el interior de los personajes. Incluso los raveros cuyo propósito de vida parece ser esa desconexión de la realidad presente, que apagan la radio cuando hay malas noticias, acaban dialogando sobre la muerte, se centran en ayudar al que sufre, incluso acaban tomando conciencia sobre su propia situación. Los golpes de la realidad les devuelve a la realidad.
Ya por último, me gustaría compartir otras dos ideas que también le he escuchado mencionar al propio Óliver Laxe y que pueden enriquecer nuestra visión de su obra, y del cine en general. La primera es que hay que devolverle a la obra la ambigüedad necesaria para que sean las imágenes las que hablen y no el autor dando la chapa con sus ideas. Etimológicamente, re-velar significa poner dos velos. A veces es necesario borrar las huellas del autor, poner otro velo, para que sea la propia obra la que se revele, la que supere al propio autor. Los artistas pueden ser los mayores enemigos de sus propias obras. Y la segunda idea es la conexión entre lo religioso y lo poético. San Agustín defendía que religión viene del verbo "religare", que significa "atar" o "vincular", enfatizando la idea de una unión o conexión entre lo humano y lo divino. El cine de Laxe también tiene esta función religiosa, ya que mediante la poesía y la sensorialidad de las imágenes consigue unir al espectador toda esa verdad que encierran sus imágenes.
Daniel
22/06/2025