Crítica Nosferatu: sinfonía del horror con sus luces y sombras
Maranatha, el Señor viene. ¿O quizás deberíamos decir el señor oscuro? El pasado mes de diciembre vivimos un verdadero enfrentamiento entre las fuerzas del bien y del mal. Ha habido un doble “Adviento”, una doble llegada, una doble preparación ante el anuncio de “Ya viene”. El 25 de diciembre no solo se conmemoró el nacimiento de Jesús, sino también la llegada de un nuevo demonio, un mesías satánico, un vampiro, Nosferatu. 102 años después de la obra maestra de Murnau, el conde Drácula se vuelve a reencarnar con su pseudónimo cinematográfico. El sueño (o la pesadilla) de Eggers por fin se ha hecho realidad: hacer un remake de Nosferatu, la película que despertó su pasión por el cine y que, 10 años más tarde de conseguir sus permisos cinematográficos, por fin se ha podido realizar.
Los que me conocéis ya sabéis que Robert Eggers es de mis directores favoritos. Creo que es un autor con una personalidad tremenda a la hora de crear imágenes con una fuerza estética sublime. Muchos lo reconocen como uno de los padres del llamado “terror elevado”. Pero el valor de sus películas va más allá de una etiqueta o un género. Es todo un movimiento en sí mismo. Una reencarnación del expresionismo alemán. Todavía más, ya que el Nosferatu de Eggers es aún más expresionista que el de Murnau. Para mí, es de los ejemplos más representativos de la historia del cine de lo que significa crear una atmósfera. Cada uno de sus largometrajes es un bloque, una sensación, una niebla uniforme que avanza y que lo cubre todo. Todo contribuye a generar esa atmósfera, a poner un sentimiento, una idea, una emoción, en forma de imágenes. Y su carrera hasta ahora se puede considerar prácticamente impecable. Sus dos primeras películas, La bruja (2015) y El faro (2019), a pesar de su bajo presupuesto (4 y 11 millones de dólares, respectivamente), son dos obras maestras perfectas, dentro de su propia naturaleza y los recursos que disponen. El hombre del norte (2022) supuso un cambio de escala (y de presupuesto, unos 70 millones) en su filmografía, pero el aumento de ambición también hizo que pequeños defectos empezaran a hacerse más visibles. Un miope notará más su miopía cuanto más lejos mire (esto es un ejemplo, nunca se me ocurriría llamar a Eggers miope, ya que posee una vista, mejor dicho, una mirada, prodigiosa). Sin embargo, El hombre del norte, a pesar de no ser perfecta, también me parece una grandísima película, y que deja un calado en tu interior de esos que difícilmente se olvida. Y ahora nos llega Nosferatu. Voy a dejar clara mi opinión desde el principio: Nosferatu me ha gustado, sin embargo, también ha sido la primera vez en la carrera de Eggers en la que he visto defectos en los que creo que vale la pena ahondar para coger criterio y ayudar a crecer al cine como arte. Así que, aunque me cueste, voy a tener que sacrificar a mi vaca sagrada. Aunque sobre un altar de oro.
Empecemos primero por las virtudes, que no dejan de ser las que ya habíamos visto en sus proyectos anteriores, multiplicadas por el presupuesto. El subtítulo de la película de Murnau era “una sinfonía del horror”. Y creo que esta frase define a la perfección el nuevo Nosferatu: una sinfonía donde todos los instrumentos (fotografía, actores, composición, decorados, sonidos, colores…) están en una misma tonalidad y construyen harmónicamente una misma melodía, la del horror. Esto, por supuesto, no sería posible sin un director que tuviera todo bajo control. Pero es que Eggers es excesivamente minucioso y perfeccionista. Por eso las imágenes parecen cuadros, y la realidad posee una plasticidad y expresividad tremenda. Las películas de Eggers son como los sueños. Recuerdas la sensación de haber vivido en ellos, y el impacto de imágenes y momentos concretos. Los detalles en nuestra memoria están difusos, el guion parece casi accidental. Pero recordamos la sensación que dejó en nosotros la atmósfera que construye la película. Y este sueño se alimenta y a la vez realimenta una mitología, que es a la vez fuente y desembocadura de sus películas. Todo esto hace que el cruce con el fantástico e incluso con lo onírico sea tan orgánico, aunque eso le lleva a sacrificar el realismo, y a veces también el terror en pos del horror, la emoción en pos de la sensación. Las películas de Eggers no son una montaña rusa que sube para luego dejarte caer en picado. Son un avión que, una vez despega, te mantiene flotando a velocidad constante. No notas subidas y bajadas fuertes, pero es que ya estás volando a una velocidad tremenda. Aunque en Nosferatu también hay un par de sustos muy bien hilvanados (como el que hay en el Demeter, cuya secuencia al completo me parece magnífica). Pero repito: lo que importa es la atmósfera.
Eggers también tiene un dominio de la cámara absoluto. Esto ya lo había demostrado con algunos planos secuencia en El hombre del norte. En Nosferatu, cuando la cámara no está quieta enmarcando una pintura gótica perfecta, es como un espectro que deambula por la escena, como si flotara, capaz de atravesar cualquier cosa que se interponga en su camino (paredes, objetos, personas…). Se mueve con una harmonía y destreza excelente, destacando de manera notable la escena de entrada al poblado gitano.
Creo que es importante mencionar también el tono de la película. Nosferatu es una expresión plenamente romántica (en el sentido original de la palabra), como si de un cuento de Allan Poe se tratara. Maneja perfectamente la ambigüedad de la sensualidad del horror, culminada en un impactante plano final cenital donde se pone de manifiesto toda la sublimidad romántica del horror. Esto es realmente complejo, ya que una expresión muy clara de una de ellas decantaría la balanza hacia un lado, rompiendo esa fascinante ambigüedad. Y ciertamente algún tropezón se pega. Pero por lo general conjuga el tono bastante bien, con ese toque erótico-terrífico, cuya manifestación más extrema puede ser la escena del metro de la película Posesión. Porque en Nosferatu también el personaje de Ellen (interpretada muy bien, aunque con una rosca de más de overplay, por Lily-Rose Depp) traduce el horror de forma física a través de su cuerpo. Todos estos elementos le dan una fuerza adicional a las imágenes, ya que Eggers sabe coger toda la imaginería de Murnau y actualizarla con una nueva personalidad. Utiliza, por ejemplo, la sombra de Nosferatu pero sin hacer un calco de la película original, dándole una nueva expresión. La película no busca tanto dar miedo como pintarlo, retratarlo, traducir el horror en imágenes, con toda su ambigüedad, todo su impacto, toda su oscuridad, y también su belleza, si esta palabra tiene alguna acepción en este contexto. Es una película que gustará más a los amantes del cine que a los amantes del terror.
Pero bueno, había prometido explicar también los aspectos negativos, así que vamos con ello. Después de darle varias vueltas –y por eso es que he tardado un par de semanas en publicar la crítica, porque quería tener una opinión propia suficientemente sólida– creo que la forma más evidente de resaltar los defectos del Nosferatu de Eggers es ponerlo al lado de otros grandes directores de la historia del cine. Y a mí, cuando me hablan de directores obsesionados con la imagen, que tienen controladísimos todos los elementos del plano, me vienen a la cabeza Kubrick y Tarkovsky, entre otros. El primero de los grandes errores que veo en Nosferatu es la falta de libertad en los actores. Hay críticos que han dicho que los actores no están a la altura, que van por detrás de la película. Yo no creo que sea así (quizás esto solo se cumple en el caso de Nicholas Hoult). Más bien me parece que están atados de pies y manos, que no tienen espacio ni para improvisar ni para lucirse. Es un problema de la dirección de actores. ¿Dónde queda el increíble monólogo de Nicole Kidman en El hombre del norte o las demenciales actuaciones de Pattinson y Dafoe en El faro? Dafoe en Nosferatu está desaprovechado, criogenizado en los bellísimos cuadros estáticos, pero sin margen para desatar su potencial. Lo mismo pasa con Skarsgård. Es como si a Pennywise lo hubiesen mostrado siempre semi-quieto en las sombras, y casi sin hablar. Y esto también se traduce en una cojera en el drama, que no descarto que sea pretendida, porque realmente es difícil crear un vínculo emocional con una marioneta. Si revisamos las películas de Kubrick, veremos que, a pesar de su obsesiva planificación cuadriculada, dejaba libertad interpretativa a sus mejores actores (Jack Nicholson en El resplandor, Peter Sellers en ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú, …). Pero este quizás es tan solo un problema de Nosferatu. Sin embargo, creo que también hay otro problema de fondo, que en parte ya estaba presente en las películas anteriores. Y este es la falta de ideas originales con fuerza en los guiones. No solo de atmósferas vive el cine. Y esto nos lo demuestra Tarkovksy. Sus películas tenían una atmósfera excelente, pero esta estaba sostenida por un sistema de pensamiento con ideas de una profundidad inabarcable. Los guiones de Eggers, sin embargo, creo que no admiten mucho más que una lectura superficial. Las imágenes tienen mucha fuerza, pero no respaldan ideas densas. La sublimidad del horror, de la locura, de la violencia, de la venganza, del deseo, de la soledad… Todo esto lo vemos retratado y lo sentimos, pero ¿dónde tenemos que llegar? ¿Hay espacio para ahondar en su misterio? ¿O el cine de Eggers es simplemente su traslación en forma de imágenes? Creo que Eggers tiene que empezar a abrir un camino propio. Bazin decía que a nuevos temas, nuevas formas estéticas. Pero el siglo de distancia entre el Nosferatu de Eggers y el de Murnau solo se manifiesta un crecimiento en lo que a forma se refiere, mientras el contenido ha padecido el síndrome de Peter Pan.
Bueno, antes de terminar, me gustaría comentar un poco los temas y posibles lecturas que se pueden hacer de la película. Como sucede en todas las películas medianamente importantes, aparecen los típicos críticos con estudios extratextuales diciendo que el personaje de Ellen representa la liberación de la mujer y que la película habla del deseo femenino… Yo ciertamente no he visto nada de eso, y conclusiones así me parecen excesivamente forzadas. Para mí, Nosferatu habla más bien de la encarnación en forma de monstruo de la desesperación, la soledad, la melancolía, la depresión… Esos sentimientos negativos que van ensombreciendo prácticamente todos los planos de la película, todos los rostros… Esos sonidos amplificados, esa respiración depredadora que está al acecho de nuestra vulnerabilidad… Esa atmósfera malsana que invade nuestras vidas cuando nos dejamos arrastras por nuestros sentimientos más bajos. Si os fijáis bien, el Nosferatu de Eggers no muerde en el cuello, sino en el pecho. Esto claramente puede hacer referencia en que a veces la vida se nos va por el corazón, por los sentimientos y deseos. Pero también está presente la lucha entre el bien y el mal, entre la luz y las sombras, entre lo racional y lo irracional, entre el materialismo y la fe. “Hemos sido cegados por la luz de la ciencia”, dice uno de los personajes. Porque la fuerza de Nosferatu se basa en la incredulidad de los demás. La lucha contra el mal implica fe y sacrificio, como el de Ellen. De hecho, el final me parece un bonito contraplano al final de La bruja, donde veíamos en un plano contrapicado a Thomasin elevarse hacia las sombras, entregada y sometida al mal, como crucificada en la copa de un árbol seco, sin hojas, muerto, y vista desde abajo, quizás desde los ojos de Black Phillip, el diablo. En Nosferatu vemos un plano picado extremo, un cenital, la visión divina, en un plano lleno de luz, el altar de un sacrificio donde se entremezclan la sangre y las flores. Ellen que abraza el monstruo, carga consigo el mal de toda la humanidad para liberarnos con su sacrificio y que se haga la luz.
Quizás me hubiese gustado poder sacar lecturas más interesantes que relacionen el mal y la enfermedad con temas más profundos, como sucede, por ejemplo, en el libro La peste de Albert Camus, pero creo que en Nosferatu la alegoría es más simple. Se me ha olvidado mencionar también otras dos escenas que me parecen magníficas, que son la secuencia de arranque de la película y la llegada de la carroza de caballos. Y con esto cierro la crítica de Nosferatu, que aunque he sido crítico con ella, como es mi deber, solo por la atmósfera y las imágenes, yo siempre me posicionaré como un fiel defensor del cine de Robert Eggers. Porque, igual que pasó con el Nosferatu de 1922, serán los haters y los cazadores de brujas que busquen quemar la cinta los que le darán su fama. A Eggers lo elevan más sus detractores que los que simplemente nos dejamos fascinar por su propuesta visual.
Daniel
14/01/2025