MELANCHOLIA

La tristeza como fin del mundo


Crítica Melancholia: la tristeza como fin del mundo

Una pantalla en negro poco a poco va dando paso a un casi primerísimo primer plano de una mujer que a su vez poco a poco va entreabriendo los ojos, pero quedándose a medio camino. Esta mirada perdida a cámara se nos presenta con una cálida tonalidad desaturada en una imagen balanceada hacia la izquierda, que nos estremece junto a una tristísima melodía de Wagner. Pero la plenitud del plano no se revela hasta el momento en el que vemos unas aves muertas que empiezan a caer por lo que antes era el espacio negativo de la composición. Este es tan solo uno de los 16 bellísimos planos en cámara hiperlenta que componen los 8 minutos del prólogo de Melancholia de Lars von Trier. Y como si de la obertura de una ópera se tratara, este prólogo ya nos presenta los temas que van a tener lugar en la obra, algunos de forma más directa, otros de forma más metafórica o simbólica. Pero también nos miente. Esa belleza, estabilidad y calma en los planos no la volveremos a encontrar (más que en fugas puntuales) hasta el espectacular plano final de la película. Porque la realidad que nos presenta es otra.

No tenía pensado hablar de Melancholia siendo la única película que he visto de Lars Von Trier, pero el impacto que ha producido el mundo de esta película en mí, es algo que no había experimentado nunca antes de su visionado. Es una película que me ha pasado totalmente por encima, que me ha atrapado en su depresivo tablero y me movía como un peón, para que al final la reina blanca acabe poniendo en jaque no solo esta partida sino la existencia en general. Quizás la sensación más cercana sería la que experimenté con la segunda mitad de Ghostland de Pascal Laugier, aunque en el caso de Melancholia el dolor que se transmite no es físico sino psicológico. Lo que sí que es cierto es que esta película es la experiencia más cercana que he tenido a una depresión o al propio sentimiento de la melancolía. Y quizás por eso creo que ahora comprendo un poco mejor las personas que están pasando por situaciones similares.

La primera parte, titulada Justine, es la que ha tenido un impacto emocional más fuerte en mí. El ver como el día de la boda de Justine, que podría haber sido el día más feliz de su vida, a pesar de su cálida fotografía se va entristeciendo; como poco a poco se le va cayendo esa máscara de sonrisas que intenta ponerse, para ir desvelando el rostro de la tristeza melancólica; como esa depresión autodestructiva empieza a aflorar primero en forma de muecas, de bajar la mirada, de huir unos minutos, hasta acabar arrasando y absorbiendo todo lo que pilla a su paso. Esta parte es demoledora, porque consigue ponernos completamente en la piel de Justine, consigue vestir nuestros sentimientos con su oscuro blanco vestido de bodas; como una celebración matrimonial se transforma en el funeral de su vida anterior... Pero también nos pone en la piel de su hermana Claire, haciéndonos sufrir al ver la incapacidad de esta tanto para comprender como para ayudar a su hermana, una novia cadáver que ni todo el dinero del mundo consigue arrancarle un acorde de felicidad.

La segunda parte, la de Claire, cambia en cierto sentido su tonalidad. Esto no solo sucede de forma literal, con una fotografía más fría, sino también por la introducción del fantástico, con la llegada del planeta Melancolía, que ya nos profetizaba el prólogo. Y esto nos permite distanciarnos un poco de los hechos, lo cual, como espectador, es de agradecer. Además, no solo nos cambia a un punto de vista más cercano al de Claire, sino también se da una inversión emocional en las dos mujeres. Justine pasa de caer en el pozo más hondo de su depresión melancólica a la aceptación pasiva y nihilista de la destrucción de su propio mundo, y por ende, el de todos. Y Claire, en el último tercio, va desmoronándose frente a la inquietud y el miedo de un final inminente e inevitable. Esta inversión se ve muy clara en el paralelismo de la primera y la última conversación a solas entre Justine y Claire. Primero una es la fuerte y le reprocha su actitud a la otra, y luego sucede todo lo contrario. Esto también resalta el vacío que produce en sus vidas la falta de la ternura de una madre. Su madre biológica les rechaza y desesperanza, mientras que su madre naturaleza les amenaza con destruirlas. Por eso quizás son incapaces de ayudarse mutuamente, a pesar de que a veces tienen buenas intenciones. En promedio, esta segunda parte me ha parecido más rica en simbolismos y también mejor a nivel cinematográfico, pero en el plano emocional es cierto que me ha hecho sentir menos, aunque racionalmente tenía más que transmitir. Las actuaciones de Kirsten Dunst (Justine) y Charlotte Gainsbourg (Claire) son geniales durante toda la película.

La cinematografía de Melancholia es muy peculiar. La calma y estabilidad del prólogo se rompe para dar paso a una película rodada esencialmente con la cámara en mano, que no para quieta transmitiendo una gran inestabilidad al espectador, y tampoco sabe en qué centrarse, ya que va hilvanando los planos con zooms, movimientos, enfoques y cortes que se enfurecen a medida que la inestabilidad emocional de los personajes se acentúa (y también la del espectador). Jesús González Requena menciona en un artículo que esto es reflejo de que en el mundo de Lars von Trier nada es sólido ni seguro, todo es incierto e inestable, y potencialmente violento. La cámara transpira esta angustia que sienten los personajes. Solo al final la cámara vuelve a encontrar su estabilidad definitiva, con una Justine que no es que haya dado la espalda a Melancolía como rechazo, sino que mira en su misma dirección, deseando esa destrucción, más que eso, absorción, de todo un mundo invadido por la tristeza. Y aquí no es la cámara sino Claire la que se agita desesperada. Porque Claire había puesto su esperanza en la ciencia, en las seguridades materiales y humanas de su marido, pero lo material tiene caducidad, un margen de error, no es una certeza ontológica. Pero en este contexto sorprende también la tranquilidad del niño. Un niño que también tiene un espíritu científico, que ha creado un instrumento para ver si el planeta se acerca o no, pero a la que ve que la ciencia no le da la seguridad que necesita no duda en creer en las palabras de su tía rompe-acero, a pesar de que por mucho que rompa el mental es igual de frágil que el diamante. Porque el niño tiene fe. Puede que a esto se refiriera Jesús en el Evangelio con el imperativo de “sed como niños”. Los niños tienen una capacidad de creer de verdad que les permite vivir tranquilos. Pero von Trier no explora esta posibilidad. Porque decide mantener a Justine en el centro de la cuestión, en el centro de ese magnífico plano final. La fe cierra los ojos, la ciencia suelta la mano consciente de que no tiene nada que hacer ante el final, y el nihilismo arrasa con todo. Por eso es que el final es tan desesperanzador. Si se hubiera intentado andar algún paso más en el camino de la fe, si se le hubiera dado a la película un sentido propiamente apocalíptico, como revelación, venida de un nuevo mundo, un nuevo paraíso, hubiese dejado un poso más humanista en el espectador. Pero Lars juega sus cartas quitando los ases de la baraja. Las bodas del cordero no desembocan en el cielo nuevo y la tierra nueva, sino en la destrucción y el fin. Estamos ante un Antiapocalispis, una subversión del texto bíblico, una destrucción de la realidad, una infernalización del mundo. Visto esto, no me extraña que la película anterior de von Trier se titule Anticristo, porque para Lars es el mal, el vacío, la nada, quien tiene la última palabra.

Melancholia es una película muy rica en simbolismo. Aunque ciertamente parte de él me pasó desapercibido durante el visionado. Pero también es cierto que he visto algunos análisis y lectura de la película que me parecen excesivos. Básicamente, porque la mayoría de ellos interpretan la semiótica de las imágenes desde un punto de vista psicoanalítico, y al pretender traducir las imágenes a base de buscar significantes y símbolos de forma tan cuadriculada (y sesgada), creo que se pierde el impacto propiamente sensorial que tienen las verdaderas obras de arte. No hay que olvidar lo que la obra nos dice a nosotros directamente como espectadores, más allá de que descifremos sus imágenes o conectemos con otros textos y obras. Creo que, reflexionando sobre lo que nos transmite la película a nuestra subjetividad, también se puede dar un verdadero diálogo con la obra, sin las trabas que a veces presenta la rigurosidad académica. Pero volvamos al simbolismo. Dejando de lado lo ya mencionado de la visión antipocalíptica, el planeta Melancolía también puede hacer referencia al sentimiento de melancolía, que se ve venir y amenaza con destruirlo todo, y que cuando parece que ya ha pasado y se aleja, vuelve a cargar de forma frontal y arrasa con todo, absorbe todo tu mundo y lo que te rodea. El marido de Claire claramente simboliza al espíritu materialista-científico, pero que para ser verdadera medicina le falta humanidad. También el matrimonio como promesa de estabilidad… O los cuadros que cambia Justine en los libros, siendo en más claro el de Ophelia.

Bueno, a modo de resumen, podría concluir diciendo que Melancholia es de las películas que más me han impactado de este siglo, y que a pesar de su desesperanzador mensaje, nos ofrece algunas imágenes con mucha fuerza y una obra con la que dialogar y reflexionar.


Daniel
26/12/2024