LUCES DE LA CIUDAD

Sólo se ve bien con el corazón


Crítica Luces de la ciudad: sólo se ve bien con el corazón

Luces de la ciudad es una de aquellas luces que surgió en medio de la Gran Depresión para devolver la alegría y la esperanza a la humanidad. Pero también es una de aquellas luces que se encendió en la historia del cine para proyectar todo un camino hacia adelante, una de aquellas luces a las que volver cuando parece que el cine se apaga, una de aquellas luces que nos demostró que se puede hacer poesía de la comedia.

Charles Chaplin es uno de los iconos más emblemáticos de la historia del cine, una asociación directa al igual que lo son los nombres de Hitchcock, Ford o Spielberg. Pero aunque muchos lo encasillen en la comedia, es importante entender que la figura de Chaplin va mucho más allá. Chaplin era un autor total: escribía, producía, dirigía, interpretaba y componía la música de sus películas. Reinventó el concepto de humor físico, haciendo lírica del slapstick (tipo de comedia que implica la exageración de la violencia física) y llevando a otro nivel la pantomima (representación realizada por medio de gestos y movimientos sin emplear palabras). Pero a la vez sabía conjugar todo esto con una sutil crítica social, generalmente contra los ricos y poderosos, la policía…, y dramas conmovedores. Rodó más de 80 películas, generalmente cortas, y en una época en la que el sistema de estudios exigía sacar películas cada semana, consiguió dedicar tres años completos para esculpir la que para mí (de lo que he visto) es su mejor película: Luces de la ciudad.

Luces de la ciudad es una película perfecta, de una precisión milimétrica, una obra total, que le llamo yo. Cada escena es una coreografía, un ballet perfectamente orquestado con el ritmo, el lenguaje cinematográfico y la puesta en escena. El dominio que tiene Chaplin de su cuerpo es algo absolutamente magistral. Es fácil rodar una escena movida en plano general con mucho espacio. Pero Chaplin acostumbra a usar planos enteros, generalmente frontales, para captar mejor los rostros. Y esto requiere una coordinación escénica extraordinaria para danzar dentro del plano en consonancia con la composición de las imágenes y el ritmo narrativo. Y la dificultad es todavía mayor cuando se aumenta el número de personajes en escena.

La comedia en Luces de la ciudad funciona de maravilla. Te engancha con la primera escena y comienza a encadenar gag tras gag sin parar hasta el final. Bueno, sí que hay pequeñas pausas para construir el drama, que es a la vez el que vertebra y da unidad a la narración. Como elementos humorísticos, aparte del propio Charlot (el personaje al que interpreta Chaplin), que su sola presencia ya te saca una sonrisa, destaca el recurso de cambiar el uso y significado de los objetos. La música también funciona de maravilla como signo exclamativo. Y sin ninguna duda, la mejor escena en lo que a comicidad se refiere es el desternillante combate de boxeo. Hacía tiempo que no me reía tanto. Pero lo que realmente eleva a Chaplin a otra categoría es cómo combina lo cómico con lo dramático, y presentar ambos de forma poética. No es nada fácil pasar de una escena de humor físico a una escena dramático-romántica, y luego cerrar esta escena con otro gag, sin caer en el absurdo. Pero Luces de la ciudad lo consigue. Y la prueba de cómo el drama va escalando mientras mantiene un compás humorístico es el extraordinario final de la película. Probablemente de los más inteligentes y emotivos de la historia del cine. A este volveré al final de la crítica.

Pero lo que eleva esta película a categoría de obra maestra no es solo el piromusical de escenas cómicas danzando con una conmovedora historia de amor y drama. Porque todavía nos podemos adentrar dos niveles más de profundidad en la lectura de esta película. El primero es el de la crítica social. El ingenio de Chaplin le permitía enhebrar una afilada crítica en el hilo de una historia cómica. Lo cual redobla la inteligencia de su humor. Por ejemplo, en la escena de apertura, en la inauguración de la estatua “Paz y prosperidad” podemos escuchar el discurso ininteligible del alcalde, y Chaplin se niega a ponerle intertítulos. Esto no solo resulta gracioso a nivel argumental, sino que también nos está diciendo que no importan los discursos de los políticos, que todos dicen lo mismo. O fijémonos, por ejemplo, en el personaje del hombre rico. Este solo realiza obras buenas y ayuda a Charlot cuando está borracho. Vemos aquí otra vez esta doble cara: no solo emborracha a un personaje para que resulten más cómicas sus acciones y contrastarlas con cuando está sobrio, sino que también teje la idea de que los ricos solo actúan bien cuando pierden la cabeza, cuando no son conscientes de lo que hacen, aparte de criticar también el desorden y falta de responsabilidad de esta clase social. Esta parte crítica suele ser la sombra que acompaña a la parte cómica.

Pero todavía podemos profundizar un nivel más, y este puede que no sea tan evidente a simple vista. En 1931, cuando se estrenó la película, ya existía el cine sonoro. Sin embargo, Chaplin decidió continuar haciendo cine mudo (aunque sí que hizo uso de la música sincronizada, muy acertado por su parte). Chaplin creía en el cine como lenguaje universal, que todo el mundo podía entender, y que iba más allá de las palabras. Creía en la fuerza de la imagen, y que el espectador podía entender y conocer lo que decía la película sin la necesidad del diálogo sonoro de los personajes. Y realizando un análisis semiótico de la película, podemos leer en el personaje de la chica ciega una bellísima reflexión acerca de la naturaleza del cine. ¿Es una película muda por el hecho de no hablar? ¿Es cierto eso de que un ciego no puede ver? ¿O cuando falta un sentido cobran más fuerza los otros? “Sólo se ve bien con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos”, dice el zorro de El principito. ¿Qué le pasa a una película cuando le quitas las palabras? ¿Es muda o grita con más fuerza? Por supuesta que no hay una respuesta única para estos interrogantes, pero Chaplin tenía claro cuál era su estilo y dónde residía la fuerza de sus películas. Y sobre todo esto nos habla también la película. Sobre que el cine puede seguir siendo arte sin la necesidad del sonido.

Bueno, para terminar, un breve comentario (con spoilers) sobre el final de la película. Ya he mencionado que es especialmente conmovedor, y lo es incluso sin la necesidad de adentrarnos en este último nivel que mencionaba. Es bellísimo el hecho de que reconozca a Charlot por el tacto de las manos. Pero todavía más bella es la pregunta que este le hace: “¿Ya ves?”. Esta tiene un significado realmente profundo. No solo se refiere a si ya ve físicamente. Le está preguntando si ahora puede ver toda la película, todo por lo que ha pasado, el gran esfuerzo movido por el amor que ha hecho por ayudarla a pesar de ser pobre y miserable. Los rostros de ambos personajes en este momento son pura poesía. Y la chica entiende, y ve. Ve el amor más allá de las apariencias, ve el amor en la entrega, en el sacrificio, en el hacer lo imposible por ayudar a la persona amada. Porque esas son las luces de la ciudad, esos pequeños actos de amor que brillan en medio de esa niebla de egoísmo y prejuicios que nos impiden ver a las personas. Esas son las luces de la ciudad que hacen ver a los ciegos y son invisibles para el que cree que tiene los ojos abiertos. El amor enciende esas pequeñas luces de la ciudad que dan luz y sentido a toda una vida.


Daniel
29/10/2024