LAS CHICAS ESTÁN BIEN

La belleza de las cosas sencillas


Crítica Las chicas están bien: la belleza de las cosas sencillas

Todavía hay días en los que me levanto con el remordimiento de no haber coronado a Las chicas están bien como la mejor película de 2023. Porque, si soy sincero, es de estas películas que se quedarán conmigo para siempre y a las que mis pensamientos y mi corazón siguen volviendo de forma recurrente. Igual que con Aftersun (una lágrima en la arena), curiosamente también una ópera prima dirigida por una mujer. Y quizás es para quitarme este remordimiento que he decidido dos años más tarde escribir esta crítica que en su día no fui capaz de afrontar, porque la llama que había dejado en mí la película hacía que ardieran las palabras. Pero si hay algo que nos enseña esta película, es que lo que llevamos por dentro importa. ¿Qué sentido tiene una película si no nos habla de nuestro mundo interior, de nuestros afectos, de las personas? Así que, aunque quizás esta crítica nazca más del sentimiento que de la razón, puede que eso haga que nos hable mejor de la película, o de la vida, que, al final, no son dos cosas tan distintas.

La magia de Las chicas están bien está en que su profundidad se viste de sencillez y cotidianeidad. Es, literalmente, una película en la que “no pasa nada”; no hay ningún conflicto argumental, pero precisamente por eso deja espacio para que “pase todo”. Vemos a cuatro actrices de teatro (interpretadas por Bárbara Lennie, Irene Escolar, Itziar Manero y Helena Ezquerro, bellísima actuación de las cuatro) ensayando una obra con su directora (Itsaso Arana, a su vez la directora de esta película) durante una semana de verano en una casa de campo. Pero más que cinco chicas trabajando, parecen cinco amigas. Y a base de escuchar como hablan de sus vidas, llenan de luz las nuestras. Es como una de esas terapias de grupo en las que, mediante escuchar las vidas de otros, consigues iluminar la tuya. Realmente terminas la película con la sensación de haber conocido a cinco personas nuevas, de haber hecho cinco nuevas amigas, haber convivido con ellas; más que una experiencia, lo que te llevas son cinco vidas. Es increíble cómo puede ser tan interesante y emocionante ver a unas chicas hablar de temas cotidianos, de lo que piensan, lo que sienten... Y ciertamente hay mucha profundidad en las conversaciones. De hecho, en un bellísimo juego intracinematográfico, se acaban confundiendo las conversaciones entre las chicas con los ensayos del teatro, ya que los temas de los que hablan acaban alimentando a los personajes que interpretan (y que a su vez es un juego metacinematográfico, ya que algunas son experiencias reales de las actrices, que Itsaso Arana decidió integrar en el guion de la película). Esto no es solo una muestra de cómo el guion de una obra se adapta a los personajes que la interpretan (cosa no tan común en el cine, pero que intuyo que en teatro es más frecuente), sino también una bellísima metáfora del precioso mensaje que nos deja la película: que hay belleza en las conversaciones ordinarias, que no siempre es necesario recurrir a la ficción, que mostrar la sencillez y la profundidad de la realidad también es una forma de hacer arte. Porque volvamos a la idea con la que he cerrado la introducción: ¿no es acaso lo que esperamos de una película, aquello que resuena en nosotros, el que nos hable de nuestra realidad, de nuestra vida, de nuestras inquietudes? Por fin parece ser que la metamodernidad está recuperando todo aquello que se perdió con el cine posmoderno.

Si bien es cierto que los temas que se hablan van revestidos de naturalidad y cotidianeidad, tienen una carga lírica y reflexiva sublime. Y esto es lo que convierte esta película en algo importante, el cómo crea un precioso mosaico de historias, vidas, pensamientos y afectos, pero de forma ordenada, cercana, bellísima y luminosa, sirviendo a la vez de espejo de nuestro interior, de nuestra vida, y, por ende, un reflejo humanista de la humanidad. La conversación sobre la muerte es de las conversaciones más profundas que he escuchado en una película reciente. Es conmovedor escuchar frases como “la imagen de la muerte te cambia la vida, te hace abrazar la vida con más fuerza”. Y si a eso le añades una cámara que va girando lentamente hacia la persona que habla, que la va encuadrando con cariño en el centro del plano... Es como si la cámara fuera una persona más en la escena, esos ojos que nos permiten vivir junto a ellas durante unos instantes que, aunque desearíamos que no terminasen, precisamente porque se acaban, se quedan contigo y te cambian la vida. Como diría Miguel d’Ors, “se fue, pero qué forma de quedarse”.

Necesitamos estas películas que depositan una mirada tan bonita y sincera sobre la mujer. Ojalá el cine nos regale pronto un contraplano que sepa acercarse a lo masculino con tanta cotidianidad y belleza. Y humildad. Porque la película permite que tú, como espectador, dialogues con ella. La película te abraza, no impone nada, simplemente va regando las palabras para que florezca una conversación. De hecho, no usa pirotecnia visual, ni pretende que los planos griten ni los movimientos de cámara subrayen. El acercamiento a las imágenes es realista y cotidiano, tendiendo hacia lo impresionista, pero a su vez con una gran belleza. La cámara a veces está quieta, a veces panea ligeramente, y en algunas escenas, como en los ensayos, baila con los personajes y acaricia sus cuerpos. No llama la atención, sino que acompaña. Lo importante es lo que hacen y dicen las chicas, no los acentos de la dirección. Quizás la única excepción sucede en uno de los últimos ensayos, en el que, mediante un juego de sobreimpresiones, se van encadenando frases e imágenes de los distintos personajes, mostrando cómo esta vez sí que fluye con naturalidad y los diálogos conectan con harmonía. Pero si hay un momento realmente sobrecogedor y emocionante es cuando Bárbara Lennie rompe la cuarta pared y ensaya un discurso a cámara. Este no es un recurso nuevo, y algunos directores lo usan con más acierto que otro. Pero lo que te hacen sentir Itsaso y Bárbara sí que es nuevo. También es un gesto precioso que Itsaso Arana, a pesar de interpretar a un personaje más de la película, les regala los mejores diálogos y momentos a las otras cuatro actrices.

Intentemos ahora profundizar un poco más en el mensaje que nos presenta esta película. No sé si a partir de ahora podrían haber spoilers, porque quizás esta palabra no tiene sentido en una película que casi no tiene una trama o narrativa definida, pero voy a revelar algunos detalles más concretos. En un precioso y conmovedor momento en el que una de las chicas se decide a enviar un audio y declararse a un chico, mientras pasea al lado de un río (bellísima metáfora de fluir hacia delante), dice lo siguiente: “Durante mucho tiempo yo he preferido la literatura a la vida, la ficción a la vida, la fantasía a la vida... Y ahora ya no. Y eso que en la fantasía soy buena, de verdad. Que yo corro en la dirección contraria a la realidad con una fuerza fascinante, yo le huyo a la realidad como a la muerte. Pero mira, ahora quiero un amor real contigo. Si es que al final todo es muy sencillo. Muy, muy sencillo. Hay obras de teatro enteras para decir cosas muy sencillas”. Hay películas enteras para decir cosas muy sencillas, como que el arte puede hablar de la magia de la realidad, de la belleza de lo cotidiano, de las cosas sencillas… y de nosotros. Sin recurrir a la fantasía, sin negar los sentimientos reales, sin ocultar nuestros afectos.

En una de las escenas finales, el personaje de Itsaso Arana dice que “las películas son también cartas al futuro”. Y justo después vemos la escena en la que plantan una semilla. Esa semilla que ha plantado la película en nuestro corazón. O más bien un guisante, para que si hay alguien que pretenda descansar entre los cómodos colchones que nos ha ofrecido esta obra, note que en el fondo hay algo que se remueve en su interior, una sencilla semilla que nos está diciendo algo, que sin gritar nos llama a abrazar la vida, que solo con su presencia nos pide creer en la humanidad, en el futuro, que sepamos que las chicas están bien, y que es posible un mundo mejor. A veces hay que besar al sapo para descubrir al príncipe que hay detrás. Hay algo maravilloso en nosotros que tiene que ser descubierto. Y quizás, gracias a esta película, pueda salir a la luz. Porque en Las chicas están bien todo está abierto, y todo es luminoso. No hay color negro. Hasta el fundido final es de un delicado y bonito color rosa, que luego en los créditos va transformándose en otros colores pastel en vez del típico negro oscuro. En esta película todo es luz y color.

Igual que las actrices intentan buscar el tono que le tienen que dar a la obra de teatro, también nosotros debemos buscar el tono de nuestra vida, la forma con la que queremos habitar esta preciosa realidad en la que nos ha tocado vivir. E igual que sucede en la película, este tono no lo encontramos hasta que nos decidimos a interpretar a ese personaje que nos ha tocado representar en esta vida, con todo aquello que somos, nuestra personalidad, nuestros sentimientos... Sin imitar a otros, siendo sencillamente nosotros. Al final, si la vida es como una obra de teatro en la que muchas veces no decidimos nosotros el guion, al menos elijamos cómo tiene que ser nuestro personaje. Y así veremos que es posible estar bien, igual que nuestras cinco amigas. Las chicas están bien.


Daniel
21/10/2025