LA TRAMPA

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Crítica La trampa: suspsense, giro, giro, suspense, suspense, giro

Hablemos de M. Night Shyamalan. Tengo que empezar diciendo que M. Night Shyamalan es de los directores que cambió mi modo de ver el cine. A mí siempre me ha gustado el séptimo arte, pero, en mi adolescencia, tuve una etapa en la que me obsesione con los thrillers, especialmente con aquellos con plot twist, y por supuesto, llegué a Shyamalan, el que para muchos es conocido como el maestro del plot twist. Películas como El sexto sentido o El bosque fueron para mí un amor a primer visionado. Pero lo más fascinante fue redescubrirlas, descubrir que tenían una profundidad mucho mayor de la que aparentaban, fijarme en aspectos nuevos cada vez que las veía. Empecé por el guion, luego me llamaron la atención los colores, más adelante comencé a ver tipos de planos que no había visto en ningún sitio… Y así fue como descubrí el lenguaje cinematográfico.

Por este motivo, a veces me cuesta hablar objetivamente de Shyamalan, ya que yo era ciego y él me abrió los ojos. Es necesario repasar su carrera para ver en qué punto estamos de su evolución como cineasta. Omitiendo sus desconocidas primeras dos películas, entre el 1999 y el 2004, Shyamalan hizo cuatro de sus cinco grandes obras maestras hasta la fecha: El sexto sentido (1999), El protegido (2000), Señales (2002) y El bosque (2004, también conocida como La aldea). Esto le marcó profundamente, ya que el hecho de empezar tan fuerte, y con películas que funcionaron tan bien en taquilla, hizo que tanto la gente como la crítica (y sobre todo los cazadores de plot twist) se volvieran tremendamente exigentes con él. Y entonces llegó su caída. La joven del agua (2006) es una película que se queda un poco en el limbo, pero luego vinieron tres fracasos seguidos, El incidente (2008), El último Airbender (2010) y After Earth (2013) que se encargaron de crucificar, matar y sepultar a un director que con 34 años (uno más que Jesús) había subido a lo más alto de los cielos en cuatro ocasiones y se profetizaba que era el mismísimo hijo del maestro del suspense (Hitchcock, para los amigos), y a los 44 ya todo el mundo lo daba por muerto. ¿Qué pasó con estas 3 películas? Pues que se olvidó de la puesta en escena, y los guiones eran bastante flojos. Sin embargo, esto hizo renacer a un nuevo Shyamalan que, libre ya de toda crítica para poder hacer lo que le diera la gana y sin preocuparse en arriesgar demasiado, encadenó otras tres muy buenas películas, La visita (2015), Múltiple (2016) y Glass (2019), con una buena puesta en escena (aunque un tanto más aplanada que en sus primeras), guiones muy sólidos y unos cuantos giros para contentar a su fandom. Y en 2021 nos regaló la que para mí es su quinta obra maestra: Tiempo (Old, su título original). Tiempo tiene una puesta en escena exquisita a niveles estéticos, y un guion y mensaje también muy depurados.

Esto hubiese sido una introducción perfecta para una crítica de Tiempo. Sin embargo, la carrera de Shyamalan sigue con dos películas más: Llaman a la puerta (2023) y La trampa (2024), de la que hoy hablaremos. Estas dos películas no se pueden considerar otro bache en la carrera de Shyamalan, porque están bastante bien, aunque tienen algunos descuidos importantes que hacen que, a pesar de tener algunas ideas brillantes en cuanto a mise-en-scène, no puedan estar en primera línea. Aunque desde ya os aviso: yo seguiré defendiendo a Shyamalan en la salud y en la enfermedad. Pero antes de terminar esta larguísima introducción, creo que hay un dato adicional que ayuda a contextualizar. ¿Por qué le ha dado este año M. Night por impulsar la carrera de sus hijas? Hace un par de meses se estrenó la primera película de su segunda hija (The watchers, de Ishana Night Shyamalan), por supuesto producida por su papi, película que si bien tenía un planteamiento muy interesante, su ejecución va decayendo a medida que avanzan los minutos, dejando un sabor de lo que podría haber sido y no fue. Y ahora en La trampa tenemos todo un álbum de canciones compuesto por la hija mayor, Saleka Shyamalan, que además actúa un tiempo considerable en el tramo final de la película. ¿Cuándo le llegará el turno a la pequeña, Shivani Shyamalan?

Bueno, basta de rodeos y vayamos al grano. El argumento básico de La trampa es un asesino que va a un concierto con su hija y resulta que todo es una trampa para atraparle a él. Lo mejor de la película, sin ninguna duda, es el uso que hace Shyamalan del lenguaje cinematográfico. Tiene realmente una virtud para crear imágenes con significado tanto estético como expresivo. Voy a poner algunos ejemplos para que lo entendáis. Ya desde el principio de la película, la cámara nos va subrayando, o bien con miradas subjetivas, o bien con ligeros movimientos, todos los detalles de seguridad que hay en el concierto. El uso del plano subjetivo está muy bien empleado, ya que hay una intención de identificar al asesino con el espectador presente desde el minuto uno. Esto no solo lo consigue mediante la puesta en escena, sino también con el guion y las actuaciones, que resaltan emocionalmente como el padre intenta hacer feliz a su hija. Y entonces luego llegan los primeros planos de otros personajes mirando directamente a la cámara y nos hacen sentir muy incómodos, porque miran al asesino, pero también nos miran a nosotros. Los planos cenitales en esta película sirven para marcar puntos de inflexión. He contado al menos 4 (al inicio del concierto, en el baño, en un pasillo y otro en el tramo final) y todos preparan para algo que va a cambiar (no voy a entrar aquí en spoilers).

Sigamos con más ejemplos de lenguaje cinematográfico. Hay momentos en los que escuchamos algún comentario de los de seguridad que sabemos que afecta negativamente al asesino. Entonces la cámara se mueve y acerca a su cara, para resaltar su impacto. Aunque diría que lo que más me gusta del estilo de dirección de Shyamalan es la importancia que le da a la posición de los personajes dentro del encuadre. Aquí hay dos ejemplos que me parecen brutales. Uno son los dos planos en los que vemos la cara del asesino (el padre) en primerísimo primer plano en un lado de encuadre, con el borde de éste partiéndole la cara por la mitad y dejando un lado fuera de campo. Y el otro es el que aparece en la mitad derecha la cara gigante de la jefa de seguridad y en la otra mitad, pequeño, al lado del escenario, el padre, resaltando la relación de poderes, quién es el gato y quién el ratón. Con este tipo de escenas casi que podrías entender la película sin necesidad de diálogos.

Hablemos ahora de las escenas del concierto. Éstas están muy bien construidas a nivel estético, y es solamente por este motivo que le perdonamos a papá que se centre tanto en su hija. De hecho, la escena en la que empieza el concierto me ha puesto los pelos de punta, como si estuviera yo realmente allí. Las letras de las canciones también están en consonancia con lo que sucede en la trama, otra razón más para que funcionen. Aunque si nos pusiéramos puristas, es cierto que sobran minutos de canciones. Pero lo que sí que considero un error en toda regla es que Shyamalan le dé a su hija (que interpreta a Lady Raven) tanto protagonismo en el tramo final de la película. Esto se siente forzado tanto a nivel de guion como de actuación. Saleka no puede brillar al lado de Josh Hartnett (que interpreta al padre/asesino), ya que éste se come la película él solo. Porque la actuación de Hartnett es magnífica, con una dualidad empático-psicopática que es escalofriante, y unos fantásticos tics en la cara y los brazos que se van exagerando a medida que crece la tensión. No es nada fácil combinar la ternura de un padre con las miradas brutales de un asesino. Aunque hablando de actuaciones, yo sigo siendo el fan número uno de los cameos que hace Shyamalan en prácticamente todas sus películas.

Pero no todo en la película es bueno. De hecho, tiene un error bastante grave, y esto son las conveniencias de guion. El suspense está muy bien orquestado a lo largo de todo el largometraje, pero la forma de salir de los puntos de tensión a veces se siente muy forzada. La forma de conseguir tarjetas de seguridad, pasear entre los policías, encontrar lo que necesitas en los bolsillos o en la mochila del de delante, conseguir puestos privilegiados… A ver, Shyamalan, ¿no podrías habértelo currado un poco más en este sentido? Es que detalles como éste chirrían cuando el resto de engranajes funcionan tan bien. Sin embargo, a pesar de esto, creo que los giros de guion funcionan relativamente bien. Es cierto que al final se pone en modo peonza y pierde parte de la verosimilitud del relato. Pero bueno, más le perdonamos normalmente al cine de acción en pos de la espectacularidad, y por eso aquí se le puede perdonar realismo en pos de lo sorprendente.

Hay otros aspectos que funcionan generalmente bien. Uno es el uso del humor, un tanto negro e incómodo, pero creo que efectivo. Y el otro son las transiciones entre música diegética y extradiegética. Por ejemplo, me parece brutal que a mitad de escuchar una canción del concierto, la música de esta se atenúe para dar entrada a una banda sonora extradiegética de tensión. Por último, me gustaría comentar una escena que me ha parecido espectacular, aunque el hecho de saberla se puede considerar en parte spoiler, así que estáis avisados. Y es cuando el padre/asesino habla a solas con Lady Raven en el camerino. Shyamalan encuadra en primerísimo primer plano al asesino mientras éste revela su identidad, pero sin centrar el rostro, dejándolo a un lado de la imagen, con media cara sombreada y una sonrisa de sicópata. ¡Brutal!

Vale la pena mencionar que el mensaje que deja la película es parecido al que veíamos en Psicosis, que es básicamente que detrás de cualquier rostro normal e inocente, detrás de cualquier padre que busca la felicidad de su hija, puede esconderse un desquiciado asesino meticuloso y calculador.

Bueno, con esto cierro la crítica de La trampa, la última película de Shyamalan que, si bien no está a la altura de sus mejores obras, sigue conteniendo aspectos destacables, y resultará entretenida para todos los amantes del thriller.


Daniel
10/08/2024