Crítica In the mood for love: un recuerdo empañado de lágrimas
In the mood for love es probablemente de las más bellas y tristes historias de amor que nos ha regalado el cine, y de las mejores obras de arte filmadas en este siglo. Es un recuerdo empañado de lágrimas, un sueño pintado en un nostálgico deseo. Dirigida por Wong Kar-wai y esculpida a fuego lento, contiene una fotografía extraordinaria, con una marcadísima identidad y atmósfera propia, y un tono que funciona como un dardo estética que penetra hasta el fondo del corazón.
Cada plano es un cuadro bellísimo. Y prácticamente cada cuadro contiene otro en su interior. La dirección de arte, de fotografía y el diseño de producción han realizado un trabajo exquisito (junto con el director, obviamente). Cada color, cada encuadre, cada luz, cada sombra, cada espejo, cada reflejo, los elementos naturales (lluvia, humo, niebla)…, todo se conjuga a la perfección, y no solo con fuerza estética, sino siendo a la vez el alma abierta de los personajes.
La realidad está representada en forma de recuerdo, de deseo que se desvanece. Lo vemos todo como un observador externo, que espía los recuerdos de los protagonistas, que ve momentos fragmentados, momentos reflejados, momentos enmarcados, momentos encarcelados, momentos empañados, momentos nublados, momentos donde otros objetos se intercalan en primer plano sin dejarnos ver todo al completo, momentos con muros que separan, momentos de puertas entreabiertas, momentos con paredes que cortan, momentos donde las luces iluminan, y otros momentos que dejan zonas en las sombras, momentos de colores de deseo y esperanza, momentos de soledad y de tristeza, momentos bañados por la lluvia, momentos protegidos por cortinas rojas, momentos a través de un cristal cubierto de polvo… En definitiva, momentos grabados en el recuerdo y el corazón.
La mayoría son situaciones cotidianas, sin aparente trascendencia, con rutina y repetición. Sin embargo, cada una de ellas tiene una profundidad riquísima. Y si nos fijamos bien, hay sutiles diferencias que lo cambian todo. Es extraordinario ver como a lo largo de la película, a cada encuentro entre los dos amantes, la mirada se aguanta una milésima más, la sonrisa se arquea un grado por encima… La primera vez que se cruzan casi ni se miran. Más adelante se da un leve contacto visual. En las escaleras se produce la primera mirada de reojo… Y así se va desarrollando progresivamente ese profundo sentimiento que llamamos deseo y cuesta tanto distinguir si se trata de una pasión, un deseo de amar o de ser amado. Vemos muchas cenas, escenas esperando, cruces de camino, llamadas. No obstante, ninguna es igual que la anterior. “Cantar siempre el mismo verso pero con distinta agua”, como diría Gerardo Diego. Y es precisamente esta repetición la que da lugar a excelentes rimas, y también lo que nos hace fijarnos más en los detalles, en qué color ha cambiado, si los rostros tienen la misma expresión… No solo es una conexión con un momento pasado, sino una evolución hacia un estado futuro. La cerradura del corazón tiene que dar varias vueltas antes de abrirse. Es cierto que siempre es el mismo giro con la llave, per a cada vuelta está un poco más abierto.
Hay que destacar también el uso de los colores. Yo no acostumbro a analizar el significado de estos de forma genérica en toda una obra, sino más bien lo veo como elementos compositivos y de énfasis, o en todo caso atribuyo significados en momentos puntuales. En este caso, al ser una película oriental tampoco se pueden seguir a raja tabla los cánones de la teoría de color que suelen estar presentes en películas occidentales. Sin embargo, hay algunos aspectos que saltan a la vista sin tener que hacer una exégesis demasiado profunda. Por ejemplo, resaltan mucho los colores de los diferentes vestidos de la protagonista. El color blanco suele estar presente cuando está su marido. El verde tiende a ser un reflejo de su soledad, y el rojo cobra más presencia, no solo en el vestido, sino también en las localizaciones (paredes, cortinas,…) cuando está con su amante. Y me parece muy interesante el efecto que se consigue en la escena de las escaleras, cuando se miran de reojo por primera vez, donde vemos que ella lleva un vestido verde y las sombras de este cogen un tono rojizo.
La música también es extraordinaria. El tema principal instrumental es desgarrador. La tristeza que hace resonar en cada nota, orquestada con bellísimas escenas a cámara lenta, generan una atmósfera nostálgica de sueño perdido. También las dos canciones en español son geniales, ya que van muy de acuerdo con las emociones de los protagonistas. Es fantástico escuchar una canción en español en una película de Hong Kong. Esta película también se rodó sin guion, igual que ha hecho Terrence Malick en algunas de sus últimas películas. De ahí también que su génesis sea un recuerdo, un sentimiento, que iba tomando forma a medida que se grababa y cristalizaba finalmente en el montaje. Esta forma de crear, aunque en malas manos puede ser un fracaso absoluto, en manos de un artista es algo muy interesante. Porque no es una persona que intenta forzar una idea, sino una idea que reclama a una persona, que resuena en su mente y en su corazón, y cuando el artista ve que se está materializando, entonces entiende por dónde tiene que seguir, y que partes tiene que esculpir para dejar solo lo esencial.
Bueno, por último toca comentar algunos aspectos del argumento y del tema de la película. Aunque esta información no os va a arruinar el visionado, porque prácticamente toda su fuerza estética reside en el apartado visual, puede ser considerado como un spoiler. El resumen del argumento sería el siguiente: un vecino y una vecina descubren que sus respectivos esposos les son infieles entre ellos y empiezan a quedar los dos para consolarse, y se acaban enamorando y descubriendo que han caído en lo mismo que sus parejas. Si bien es obvio que una historia en la que todos son infieles va a tener un final triste asegurado, creo que en este caso en necesario dejar de lado algún prejuicio moral para poder captar el verdadero tema que nos está presentando la película, y no quedarnos en discusiones como si se aman de verdad o no, si está bien ser infiel a alguien que te está siendo infiel, o sobre los prejuicios de la época o la indisolubilidad del matrimonio. Porque creo que el tema del que habla In the mood for love es precisamente el que expresa el título: el deseo de amar, o en otras palabras, de encontrar el amor, un amor feliz y verdadero, cuando otros te han hecho sufrir. Porque este es el deseo que tienen los protagonistas, a pesar de su tristeza, de sus problemas, de las barreras, de los reflejos que dividen la vida en varias caras. Sin embargo, al final todo este anhelo del corazón se queda enterrado en las piedras de un antiguo templo, porque era un amor imposible. Pero este recuerdo puede volver a surgir, como brotes verdes, aunque esté empañado por las lágrimas, aunque esté cubierto bajo la capa de polvo que deja el tiempo, aunque solo queden momentos, fragmentos. Porque el deseo de amar y ser amado es algo innato en el ser humano, que está presente en todos los corazones que laten. Y los recuerdos de los momentos en los que hemos podido experimentar un rayo de esa luz siempre vuelven, y siempre duelen, pero dejando un poso de esperanza, un brote que nos recuerda que si fue posible vivirlo en un pasado, aunque sea durante un efímero momento, puede volver a suceder. Solamente es necesario cultivar ese amor hacia las personas que tenemos a nuestro alrededor. Y mantener vivo ese deseo. Deseando amar. In the mood for love.
Daniel
09/11/2024