CERRAR LOS OJOS

Un epitafio de amor al cine


Crítica Cerrar los Ojos: un epitafio de amor al cine

¿Qué pasará cuando nos hagamos mayores y ya no recordemos nada? Cuando veamos las bellas proyecciones de nuestras vidas, iluminando la pantalla de nuestro corazón, junto al nostálgico llanto de nuestra alma vibrando en lo más hondo de nuestro ser. En ese momento, solo quedará cerrar los ojos, para captar la profundidad de estar vivo y sentir cada efímero instante. Cerrar los ojos es la última película que nos ha regalado Víctor Erice, director que nunca ha tenido prisa en componer los versos de sus películas, como bien demuestra el hecho de que solo haya dirigido cuatro películas en sus 50 años de carrera, y hayamos tenido que esperar 30 desde su película anterior.

Cerrar los ojos es una carta de despedida. Una elegía al cine y a la humanidad, un canto de amor humanista al recuerdo y la nostalgia. Es una película madura y calmada, que sabe lo que quiere decir y cómo te lo quiere decir, y construye con lentitud y sensibilidad cada plano para conducirte a través de sus dos horas y cuarenta minutos de duración hasta uno de los finales más bellos de la historia de nuestro cine, sellando el epitafio de su carrera y de un cine español como ya no lo volverá a haber. Cerrar los ojos es una película sobre personas mayores... sobre aprender a envejecer... sobre un director que nunca llegó a tener éxito y que perdió a su mejor amigo junto a su segunda y última película... sobre una persona que como ve que se le apaga el futuro trata de colorear su pasado… sobre un recuerdo y una esperanza… Y sobre el cine. Hay varias escenas en Cerrar los ojos que relucen el amor de Erice por el cine, especialmente por el cine de antes, el de los rollos de celuloide. La película abre y cierra con otra película, que sirve a la vez como espejo de la realidad y catalizador emocional. Porque las películas hablan de las personas, de nuestras vidas, de nuestro tiempo. Son recuerdos y señales, espejos y retratos, telescopios y microscopios de una existencia tremendamente bella y compleja. Y con el simple relato de Miguel (increíble actuación de Manolo Solo), un exdirector envejecido, nos habla de algo mucho más grande que abraza a toda la humanidad.

Por supuesto que Cerrar los ojos no es una película convencional. Tiene un ritmo pausado, ya que la duración promedio de los planos es más larga de lo habitual (no sé el número exacto, pero en una escena que he estado contando era por encima de los ocho segundos). Sin embargo, cada plano dura lo que tiene que durar, lo que le exige su tiempo interno, como diría Tarkovsky. Y por cierto, creo que el cine de Erice tiene similitudes con el de Tarkovsky, aunque este tema daría para un debate entero. Para que os hagáis una idea, Cerrar los ojos combina el estatismo de Kaurismaki (porque la cámara se mueve poco, solamente para seguir a los personajes en algunas ocasiones) con la tranquilidad narrativa del Scorsese de los últimos años (aunque aquí sin fugas de acción). No llega a ser cine lento estrictamente, y la estética tampoco acaba de asimilarse al cine sensorial, pero creo que esta película gustará más a los amantes del cine con estos atributos. Aun así, os animaría a todos a verla, porque mal no os hará a ninguno.

La fotografía está bastante bien cuidada, con poca saturación y color, igual que la desteñida vida de Miguel. Y los colores que aparecen están muy bien cuidados, y destacan los ecos que se producen cuando hay dos elementos dentro de un plano con el mismo color. La composición de planos también tiene sus momentos de belleza, especialmente cuando juega con las ventanas, las puertas, los bancos y las vallas. En la escena en la que Miguel imagina la desaparición de Julio, se consiguen imágenes con mucha fuerza (por ejemplo, cuando vacía el agua de los zapatos o cuando aparece perfectamente encuadrado con la portería de fútbol). La banda sonora está muy contenida, pero cuando suena, tanto de acompañamiento como en canciones diegéticas, el impacto es mucho mayor. Y también resaltan los fundidos a negro, largos y lentos, que funcionan como puntos suspensivos elípticos. El lenguaje cinematográfico está bien trabajado, aunque sin gritar demasiado. Destaca sobre todo en los plano-contraplano, donde en los momentos en los que la emoción crece, el plano se cierra. Normalmente, los diálogos se encuadran en plano medio, y cuando aumenta la emocionalidad, se transita al primer plano. Y después hay momentos excepcionales como el nostálgico discurso de la hija de Julio encuadrado en primerísimo primer plano, que sencillamente es una maravilla. Puede servir como ejercicio didáctico destacar algunos detalles de la primera secuencia de la película. Ésta abre con un plano de una casa y justo después nos muestra un busto del torso de un hombre joven dando la espalda a un hombre viejo, que ya funciona como metáfora de uno de los temas principales de la película. Después se aguanta un largo rato un plano general del interior de la casa, reflejando la distancia y soledad del personaje en escena, triste le roi. Y en el diálogo que le sucede, los planos ya nos lo dicen todo: más abiertos para el que está ancho y controlando la conversación, y más cerrados para el que tiene que tomar la decisión y se siente presionado. Lo cual también se ve enfatizado por la relación cigarro vs puro. Además, aquí aparecen en escena objetos que luego serán clave para el resto de la película, como el ajedrez o la foto.

Antes de terminar, tengo que comentar algunas escenas que me han emocionado profundamente. Por supuesto que la mejor de todas es la secuencia final, pero creo que ésta es mejor no desvelarla para no hacer spoilers. Pero otra de la que sí que puedo hablar sin problemas es el momento en el que cogen la guitarra y cantan My rifle, my pony and me, que no solo es un precioso homenaje a Rio Bravo (Howard Hawks), sino también de esos milagros cinematográficos en los que tanto el tiempo como el argumento se detienen, para sobrecogernos por la belleza de una escena que se escapa de la narrativa de la película para dar pie a una transfiguración estética. Para que entendáis a lo que me refiero, es como cuando en El sol del futuro (Nanni Moretti) se ponen a bailar Voglio vederti danzare dando vueltas. O el twist de Mia y Vincent en Pulp Fiction (Quentin Tarantino), aunque este último es de una naturaleza distinta y más visual que emotivo.

Bueno, creo que ha quedado bastante claro que Cerrar los ojos me parece una despedida bellísima por parte de Víctor Erice. Una de esas películas que cuando cerremos los ojos para mirar en nuestro interior, las recordaremos resonando en nuestro corazón.


Daniel
27/07/2024