ALEMANIA, AÑO CERO

Cuando la humanidad toca fondo


Crítica Alemania, año cero: cuando la humanidad toca fondo

Alemania, año cero es una de las obras cumbre del neorrealismo italiano, y probablemente también de las más cruda de este movimiento. No por las imágenes que muestra, sino por el hecho de representar la realidad de forma directa, sin adornos ni florituras, sin cocinar, como carne cruda. A diferencia de Luchino Visconti que mantenía un enfoque más intelectual, y de Vittorio De Sica que apostaba más por la ternura, Roberto Rossellini se centraba más en la dureza de la realidad. Alemania, año cero constituye el cierre de su trilogía de la guerra, compuesta también por Roma, ciudad abierta y Paisà.

Como todas las películas adscritas al neorrealismo, lo que pretende es mostrar las verdaderas miserias de la sociedad, que estaban muy alejadas de lo que se vendía en las películas propagandísticas. En este caso, en vez de la habitual Italia, la película se sitúa en la Alemania de la postguerra, más concretamente en el Berlín de los años 1947-48. Rossellini viajó a la capital germana con el propósito de escarbar la verdad que allí se encontraba, la realidad que estaban viviendo en una ciudad derruida tanto física como moralmente, y mostrarla. Es por eso que la película tiene un valor histórico, casi documental. Porque los escenarios son reales, no hay apenas modificaciones escénicas, lo que se ve es realmente el Berlín de los años inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Y eso hace que las localizaciones constituyan realmente un elemento estético fundamental, más importante incluso que la mayoría de personajes. También la película está grabada con el mínimo aparataje cinematográfico, cámara y poco más. Es por eso que las escenas nocturnas no se acaban de ver bien, con mucho ruido en la imagen, precisamente, por la ausencia de focos y otros equipos. Pero aunque esto puede resultar algo incómodo para los ojos habituados a la nitidez del siglo XXI, ciertamente está en consonancia con la inmersión realista que pretende la película.

Rossellini ciertamente era de aquellos directores que creían en la realidad más que en la imagen. Precisamente por eso niega toda plasticidad artificial que se le podría añadir a esta con ciertos elementos compositivos, y también se niega al uso del montaje. Porque la estética de Alemania, año cero se basa esencialmente en la unidad en el tiempo y en el espacio. La unidad temporal se consigue gracias al uso de tomas largas, que permiten la continuidad mediante el uso de travellings, y largas escenas sin cortes reencuadrando con mínimos movimientos de cámara. En el caso de la unidad espacial, esta nos la proporciona el uso de la profundidad de campo (imágenes con todo enfocado). Esta unidad espacio-temporal produce una inmersión del espectador en el plano que nos sumerge en la realidad sin filtros, sin subrayados, como si la cámara no existiera, y sin alterar su sentido, con toda su ambigüedad. Y es precisamente esta ambigüedad la que exige un trabajo por parte del espectador. Al estar todo enfocado se exige un trabajo activo de la mirada, tenemos que depositar nuestros ojos en lo que creemos que es importante, ya sean los edificios derruidos en el fondo, los personajes y acciones que suceden en segundo plano o el protagonista que tenemos delante. Porque Rossellini deja la acción objetivamente en el mismo plano de puesta en escena que su contexto. Es cierto que también hay algunos primeros planos, pero estos son mínimos, y en el caso del niño protagonista, tampoco nos revelan de forma directa ninguna emoción en él.

Esto nos conduce a otra decisión que toma Rossellini que es fundamental para entender la estética de la película: el negarnos toda emoción conocida, todo sentimiento que podamos identificar, en el rostro del niño protagonista. Este tema lo aborda de forma excelente André Bazin en el capítulo 14 de su libro ¿Qué es el cine?, por lo que aquí me voy a limitar a explicarlo solamente de forma resumida. El realismo de Rossellini no es un realismo de argumento, sino de estilo. No nos conmueve ni el actor, ni el acontecimiento: tan solo su sentido, que nos vemos obligados a extraer. Libres del embrujo y sentimentalismo de las actuaciones y el argumento, sentimos la necesidad de escarbar bajo la superficie, porque nuestra conciencia acusa un sentido dramático, incluso moral, que parece ocultarse bajo una máscara estoica. Y es entonces cuando la inteligencia se pone en funcionamiento en búsqueda de un sentido, o al menos un significado; el espíritu ya no es un mero observador: tiene que tomar partido, entrar en diálogo con las imágenes. Aun así, gran parte de lo que sucede en los últimos veinte minutos solo lo entendemos en retrospectiva, mirando hacia atrás una vez hemos llegado al final.

El uso de actores no profesionales también va en esta misma línea: no forzar ningún sentido externo. De hecho, Alemania, año cero se rodó con un guion mínimo, que se iba reescribiendo a medida que se seleccionaban los actores y en función de sus vivencias. Rossellini también les daba espacio para la improvisación. Porque Rossellini pretendía mostrar antes que demostrar, grabar la realidad sin manipulación ni florituras, para que sea el propio espectador el que acceda a la verdad que encierran las imágenes que navegan en el tiempo.

Creo que vale la pena pararnos a pensar acerca de la crudeza de los temas que se muestran. Algunos tienen mensajes muy directos, como las cicatrices de la guerra materializadas en una ciudad derruida física y moralmente, o la pérdida de la inocencia provocada por la pobreza moral en el espíritu de una sociedad abatida. También podemos ver que el protagonista se siente desplazado tanto por los niños, que no quieren jugar con él a la pelota, como por los adultos, que no le dejan trabajar. Pero también encontramos algunas insinuaciones más sutiles, como la pedofilia, que aunque nunca se muestra de forma directa, la incomodidad de ciertas escenas nos hace posicionarnos frente a esta ambigüedad.

Pero volvamos a la pregunta, ¿es necesaria tanta crudeza? ¿No podría haberse pensado un final más esperanzador? Dejadme hablar a partir de ahora con spoilers para analizar este aspecto. La trágica caída moral que se da en el obrar del niño en el último tercio de la película que desemboca en su salto hacia la muerte, no es más que una consecuencia lógica de la pérdida de la esperanza de alguien que ha recibido una educación nazi. No es de extrañar que el odioso profesor le sugiera acabar con la vida de su débil padre, y que luego no solo se lave las manos, sino también le acuse y le abandone. Y que visto el sinsentido de una ideología, caiga en el nihilismo más absoluto y decida quitarse la vida. Lo mismo hizo Hitler, y si así actúa el de arriba, el de abajo no va a ser menos. Pero Rossellini no termina así la película por ser precisamente el final más trágico posible. Porque antes nos deja entrever que siempre hay una pequeña puerta abierta a la esperanza: un campanario apuntando al cielo, una celestial melodía de órgano que erupciona como única fuente posible de salvación a través del cráter de una catedral descapotable. Y el niño escucha la posibilidad de la salvación en la fe. Pero la rechaza. Y una vez negado el último salvavidas, ya no se puede esperar más que el hundimiento definitivo.

La versión de la película que se estrenó en Italia incorporaba un prólogo, para mi gusto innecesario, porque esas ideas ya se pueden leer directamente en la película, que ponía de manifiesto las intenciones de Rossellini. Este empezaba con las siguientes frases: “Cuando las ideologías se alejan de las leyes eternas de la moral y de la piedad cristiana… que son las bases de la vida de los hombres, se convierten en una locura criminal. Incluso la bondad de la infancia resulta contaminada y arrastrada por un horrendo delito hacia otro no menos grave, en el cual, con la ingenuidad de la inconsciencia, cree encontrar una liberación del alma”. Esto ya resalta que la intención no es arrastrar hacia el pesimismo del sufrimiento, sino recordar a la humanidad sus verdaderas bases, para que pueda volver a apreciar la vida. Es cierto que un verdadero humanismo tendría que desvelar de forma más clara la esperanza, porque no tengo tan claro que todo el mundo tras el visionado de Alemania, año cero haga este proceso inverso. Porque aunque se enciendan las luces del cine al final de la película, tu mirada sigue apagada. Pero lo que sí que nos muestra claramente Rossellini es que cuando el escalón más débil de la sociedad es atacado, cuando la inocencia de un niño es pervertida y tiene que pagar las consecuencias de los pecados de los adultos, la sociedad ha tocado fondo. Rossellini siempre trató de encontrar en la historia al hombre más humilde. Y este eco del sufrimiento de los inocentes siempre seguirá resonando en los corazones de aquel que se enfrente a las imágenes de Alemania, año cero buscando la verdad que esconden en su esencia.


Daniel
01/12/2024